Los envíos de mercancía más raros de la historia

Los envíos de mercancía más raros

Podríamos creer que hoy en día se puede enviar casi cualquier cosa a través de las empresas de transporte. Sin embargo, el siglo XIX y el siglo XX fueron testigos de algunos de los envíos más raros y peculiares de los que se tiene constancia. En algunos casos por mera excentricidad, en otros por falta de dinero y en otros casos por cuestiones de vida o muerte. Pero todos con una cosa en común: lo transportado eran personas.

 

Tres de los envíos de mercancía más raros

El excéntrico

El humor británico tuvo uno de sus hallazgos más extraños en el año 1900. Todo comenzó cuando W. Reginald Bray, un contable del sur de Londres, se hizo con una guía del servicio postal británico. En ella se aseguraba que se podían enviar seres vivos siempre y cuando fueran más grandes que una abeja y más pequeños que un elefante. Así que decidió enviarse por correo a sí mismo y a su perro Bob, teniendo éxito en la aventura.

El logro animó a nuestro héroe -que repitió la hazaña en 1903 y en 1932- y durante los siguientes años siguió poniendo a prueba al servicio de correos. Al cumplir los 60 años se cree que el señor Bray había enviado 30.000 objetos por correo. Por desgracia, no siempre tuvo éxito. Entre sus fracasos más sonados destaca la imposibilidad del servicio postal británico para entregar una carta a Santa Claus.

 

El tacaño

En el segundo caso de este artículo nos encontramos con otro británico que en esta ocasión decidió irse a las antípodas. Brian Robson llegó a Australia en 1964 como parte de un programa especial de inmigración. Desafortunadamente no pareció gustarle lo que tenía que ofrecerle aquel lejano país y decidió volver a Londres. Y para paliar sus estrecheces económicas creyó que la mejor idea era enviarse en una caja, alegando que era un ordenador (en 1964 los ordenadores distaban mucho de las actuales versiones de sobremesa).

Robson había tomado prestada la idea del atleta australiano Reg Spiers, que había hecho un vuelo idéntico, pero a la inversa, años atrás. Sin embargo, al contrario que su predecesor que trabajaba en un aeropuerto, Robson no tomó algunas de sus precauciones, como facilitarse el poder salir de la caja cuando así lo necesitara.

De tal forma que Robson se metió en la caja con una linterna y dos botellas, una para el agua y otra para la orina. Dispuesto a pasar lo que debían ser unas 36 horas en la ruta más rápida. Sin embargo, el tiempo final de todo el trayecto fue de cuatro días y a punto estuvo de costarle la vida.

El caso fue tan sonado que Robson tuvo sus cinco minutos de fama, aunque no sirvieron para hacerle reflexionar sobre los peligros del contrabando. Años más tarde se vio envuelto en un caso de tráfico de drogas que le pusieron al borde de la prisión y le llevaron a ser perseguido por la ley en tres países distintos.

 

El héroe

De nuestros tres protagonistas, Henry Brown (apodado Box, ‘caja’, a raíz de lo sucedido) fue el que mejores razones tuvo para comprobar hasta el extremo las capacidades de los envíos de mercancía. Brown fue un esclavo negro que nació en 1985 en una plantación en el Virginia, un estado sureño de los Estados Unidos en los que la esclavitud era legal.

El señor Brown vio en una caja la posibilidad de un salvoconducto hacia algunos de los estados en los que la esclavitud estaba abolida. El negrero que era dueño de la familia de Henry decidió vender a su mujer -su matrimonio no estaba reconocido como tal- y a sus hijos, pese a que Brown había pagado a su dueño para evitarlo.

Henry empeñó 86 de los 166 dólares que tenía en lograr su objetivo, ayudado por James Smith, un hombre negro libre, y por Samuel Smith, de raza blanca y sensibilizado con la causa abolicionista. El plan de Brown incluía quemarse voluntariamente la mano para faltar al trabajo sin levantar sospechas y, a partir de ahí, introducirse en una pequeña caja con las habituales etiquetas de “manejar con cuidado” y “este lado hacia arriba”. Estas etiquetas no tuvieron demasiado éxito, ya que la caja fue golpeada y volteada durante su recorrido, pero Brown no podía quejarse de ello a riesgo de ser descubierto.

27 horas de camino después Brown había logrado su objetivo, pero lo más duro estaba por llegar. Durante el mismo año de su escapada (1849), Henry se puso en contacto con el dueño de su familia e intentó comprar a su mujer y a sus hijos, a lo que este se negó. Brown, el auténtico héroe de este artículo, acabó huyendo del país y de la ley de Esclavos Fugitivos, recalando en Inglaterra, donde formó una nueva familia y siguió reclamando los derechos de la gente de raza negra.

 

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